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martes, 9 de agosto de 2011

Amputaciones - Martha Medeiros

El texto no es de mi autoría pero me pareció tan significativo que no lo pude dejar de publicar. Gracias, Martha!


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Cuando se estrenó en el cine la película 127 horas, me resisti a la tentación de verla. Me pareció que la escena de la amputación del brazo, filmada con un realismo extremo, no era muy buena para mi estómago. Pero ahora que salió en DVD, me fui corriendo a alquilarla. En casa estaría libre de la vergüenza.


Cuando empezara la famosa escena, era sólo dar un paseo a la cocina, tomar un vaso de agua, fijarme los mensajes en el teléfono, y luego volver a la frente de la tele cuando el horror se hubiese consumado. Y así lo hice.


El corte, el tan famoso corte, sin embargo, es parte de la solución, no del problema. Son cinco minutos de racionalidad, de valentía y de dolor extremo, pero también es un acto de liberación, la verdadera parte feliz de la película, aún que nos resulte difícil aceptar que la felicidad algunas veces puede ser dolorosa. Es muy poco probable que lo que le sucedió al Aron Ralston de la vida real (interpretado por James Franco en la película) nos pase a nosotros, y de esa manera.


Pero, metafóricamente, algunos hombres y mujeres conocen la experiencia de quedarse con un pedazo de sí mismos atrapados, inmóviles, en descomposición, impidiendo la continuidad de la vida. Muchos tuvieron su gran roca para mover y, siendo imposible moverla, se vieron obligados a la amputación drástica pero necesaria.


Sí, estamos hablando de amores que paralizan, pero también de trabajos que no dieron retorno, de lazos familiares que tuvimos que romper, de raíces que decidimos abandonar, ciudades que dejamos atrás. De todo lo que es nuestro, pero que tuvo que dejar de ser, a la fuerza, a cambio de nuestra supervivencia emocional. Y física también, ya que la insatisfacción es algo que debilita.


Después de haber visto la película, empecé a mirar a los desconocidos por la calle preguntándome: ¿cual será la parte que les falta? No el "Pedazo de mí", de la canción de Chico Buarque, aquella del hijo que ya partió, la mutilación más devastadora que hay, pero las mutilaciones elegidas, el muñón de brazo que tuvieron que dejar atrás para comenzar una nueva vida.


Si yo juntara a algunos transeúntes al azar, no creo que pudiera encontrar a alguien que diría: Yo llegué hasta acá sin ninguna amputación auto-provocada. ¿Será? A lo mejor se encuentra a alguien de mucha suerte por ahí. Pero lo más probable es que le haya faltado coraje.


A veces, el músculo está estirado al límite: hay un solo nervio que nos mantiene unidos a algo que ya no nos sirve, pero aún nos pertenece. Hacer el corte sangra. Lastima. Duele de dar vértigo, mareos, desmayos. Y duele aún más porque sabemos que es irreversible. A partir de ahí, la vida volverá a empezar con una ausencia.


Pero es eso o morirse atrapado a una roca que no se mueve sola. El tiempo no va a cambiar la situación. Nadie nos va a venir a salvar. 127 horas, 2.300 horas, 6.450 horas, 22.500 horas que se convierten en años.


Cada uno tiene un cañón por el que se siente atraído. Y un cañón del que  necesita escapar.


(Fuente: Jornal O Globo - día 8/8/2011)

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