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sábado, 30 de julio de 2011

¿Estamos seguros realmente?

Me acabo de mudar a la casa de mis sueños: jardín, muchas habitaciones, sótano, garage en una calle tranquila y pacífica con otras casas como la mía... todo lo que jamás me podría imaginar, y más. Sin embargo, a veces me asalta un temor... Y entonces me veo en busca de esa seguridad y de la certeza de que estamos a salvo acá, yo y mi familia, porque cuando se trata de seguridad, no podemos correr riesgos: un error puede ser fatal.
En la búsqueda por seguridad cerramos puertas, activamos alarmas, compramos cortinas para aumentar la privacidad... y entonces me pregunto dónde está la amenaza real, si allá afuera, en lo que nos rodea, o dentro de nuestras cabezas, en nuestras experiencias anteriores, en nuestras anticipaciones, ¿en lo que nos imaginamos que puede ocurrir?
Sí, tengo razón para tener miedo, he sufrido un robo a mano armada hace menos de un año. Mi familia y yo tenemos miedo. ¿Pero hay una manera real y concreta para resolver esta sensación de inseguridad?
El miedo está muy relacionado al sentimiento de auto-preservación. Es instintivo y tiene como objetivo preservar la vida. A partir de este concepto biológico de miedo, yo digo que lo que más temo no es la muerte en si misma, sino el sobrevivir a la muerte de mis seres queridos, o el sufrimiento que la puede acompañar. Porque la muerte misma nada más es que el final, la nada, el vacío, la ausencia. Así que no veo ninguna razón para temerla.
Básicamente, el miedo se deriva de una percepción de falta de defensa en relación a algo que nos escapa al control. Y luego, fuera de mi historia personal, pienso en todo lo que nosotros, los seres humanos, tememos: el amar y no ser correspondido; el ser correspondido en el amor y aún así salir lastimado; el confiar en un amigo y tener traicionada a nuestra confianza; el invertir en un negocio y tener perdida; el dedicarse toda la vida a un trabajo y nunca ser reconocido. Hay muchas razones para sentirnos impotentes y muchas cosas para tener miedo.
En cierta medida, el miedo nos protege, nos pone más alertas, nos hace conscientes de nuestro entorno, hace que tengamos determinados cuidados... Pero... ¿y después de cierto punto? ¿De qué nos sirve tener miedo?
Después de cierto punto, el miedo paraliza. No podemos hacer nada para controlar las cosas que tememos, entonces preferimos no hacerlas, nos paralizamos. Yo podría haber optado por no vivir en la casa de mis sueños, por no vivir en la calle de mis sueños, podría haber optado por renunciar a una vida en un barrio tranquilo para ir a vivir en el viejo y conocido departamento, donde me siento más segura (en mi manera de razonar, siempre es más seguro vivir en un edificio de deptos en donde el ladrón tiene más opciones para robar y, por lo tanto, yo tengo más chances de no ser “la elegida”). Tenía esas opciones o... arriesgarme.
En este caso, el riesgo para mí significa vivir. Podría dejar mis miedos determinar mis decisiones (y juro que muchas veces en muchas situaciones, esto fue exactamente lo que hice). Pero decidí que permitirlo sería, en este caso particular, no vivir. Y entre el riesgo de muerte y el no vivir, prefiero correr el riesgo de muerte.
¿Radical? Tal vez... Muchas veces tome decisiones amorosas que no respondían a los deseos de mi corazón por razones de seguridad: sabía que de ahí yo no saldría lastimada porque no estaba emocionalmente involucrada. Hoy creo que eso se llama pobreza de espíritu. ¿Dónde ya se vio alguna vez dejar de vivir un amor por miedo a perderlo algún día? Pero sí, yo siempre he sido así: entre la felicidad y la seguridad, me iba con la seguridad que era mejor.
Mi momento de elecciones amorosas ya pasó... pero digamos que yo vivo una historia de amor con esta casa. Podría haber elegido la seguridad de un departamento, pero yo necesitaba vivir este amor tan largamente deseado. ¿Qué puedo hacer? Nada. Desear haber elegido bien, como siempre deseamos a cada decisión que tomamos en nuestras vidas.

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