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viernes, 29 de julio de 2011

El pasado, de paso

No había mucho tiempo que ella había caminado por estas calles casi como una nativa, una residente extranjera. No hacía mucho tiempo que ella iba y venía de su casa, acostumbrada a las tensiones y a los modismos locales. Hoy ella volvía como una extranjera no residente, como turista, como alguien de paso. No tenía una casa, no tenia su lugar, no tenía teléfono, y probablemente no era la misma persona que partió hace menos de dos meses. Mucha cosa había pasado, y probablemente todo la había afectado de muchas maneras, aunque algunas ella todavía no fuera capaz de identificar y comprender. 
Aquél idioma no era suyo. Ella no se identificaba con aquella comida ni con aquella forma de vida. Pocas cosas allí hablaban realmente de ella, además de sus amigos. Y sin embargo allí estaba ella de nuevo durante unos días, cuando debería tener tiempo para estar en todos los lugares que extrañaba, ver a todas las personas que quería, para luego desplazarse a un lugar con el que se identificaba aun menos, pero que por lo menos hablaba más de ella que el de su ubicación actual. En parte, estaba siendo llevada por el viento y, en parte, ella ajustaba las velas de su embarcación para que la llevara hacia donde ella quería ir. Un poco por decisión propia, un poco por falta de opción, ella iba llegando a los puertos donde la vida la llevaba.
No había transcurrido mucho tiempo desde que había partido y, a la vez, todo parecía ser parte de un pasado muy lejano. Aquella vida, aquellas ansiedades, los miedos, los sueños... "¿Te acordás cuando soñabas con un día irte a vivir en los EE.UU. y la sola idea de tu partida me rompía el corazón en mil pedazos?", alguien le preguntó. Sí, se acordaba. Parecía que aquello había sido hace tanto tiempo....
En realidad, nada le molestaba, ni le tocaba profundamente. Era como si su cuerpo supiera que ella estaba solo de paso y, por lo tanto, como en un mecanismo de auto-protección, estaba aturdido, medio dormido, sin dar lugar a emociones intensas. Pero por la noche, en su primera noche en ese lugar que le era tan familiar, tuvo un sueño. Ella no recordaba muy bien los detalles. Se mezclaban diferentes partes de su pasado lejano con el pasado reciente. Vivía en una casa que le era extraña, en la que no se sentía segura, y su vecina de al lado era una amiga que hace por lo menos 10 años ya no era su mejor amiga. Había algo de la espera en el sueño: ella esperaba que volviera alguien que había partido sin fecha de regreso. Estaba siempre pendiente de que la puerta en el fondo del patio, porque en algún momento alguien la abriría e ingresaría. Pero la puerta se mantenía cerrada, nadie venía, nadie volvía. Sólo esta amiga estaba allá y era inesperada su compañía. Hasta que en determinado momento ella se encuentra de golpe con ese alguien acompañado por un otro alguien. Nada de aquello ella se lo esperaba. Y ella volvía a estar con alguien con quien nunca había estado: tocaba y era tocada por manos que no conocía, abrazaba y era abrazada por brazos que nunca la acogieron, besaba y era besada suavemente. Y ella extrañaba todo aquello que nunca había sido y que nunca sería. Y todo era parte de ese lado suyo casi desconocido que nunca dejaría de estar, de aquella realidad que un día fue sin nunca haber sido. Respiraciones profundas, entrecortadas, rápidas, todo parte de una realidad inventada que albergaba sueños y alimentaba su vena de escritora. Por lo menos, para algo todo aquello servía y serviría siempre...
Y pensó en las veces que tuvo que explicar a su hija que no siempre somos elegidas por las razones que creemos serlo, y no siempre dejamos de ser elegidas por los motivos aparentes. Ella pensó que su pasado había estado invadiendo su vida constantemente, aunque sin ser invitado. Y pensó que habían partes de su pasado que ya había dejado atrás, y que ella, en silencio, por la ausencia de respuesta a su presencia, los invitaba a que se retiraran. Pero eran simplemente seres con libre albedrío, con vida propia, yendo y viniendo a su propio antojo.
Y entonces había él, su presente, que poco entendía de este flujo de personas y recuerdos en su vida, que derivaban en escritos y más escritos. Él no luchaba con eso, quizás porque sabía que se trataba de una lucha que no podría ganar, entonces, ni lo intentaba. De alguna manera él sentía que esto era parte de ella, y que era necesario amarla más allá de ello, porque mientras ella los viera y viviera en su imaginación, sería allí, a su lado, donde estaría. Ella no sabía si eso era suficiente para él. Pero él seguía allí, y ella también, y eso también era un pacto hecho en silencio. Ella no podía ser sin soñar, sin imaginar, sin escribir. Él no podía ser sin ella. Ella necesitaba ese espacio para refugiarse en su mundo imaginario. Él necesitaba ese lugar donde refugiarse a su lado. Ella era feliz con su espacio creativo a su lado. Él era feliz al lado de ella. Ella lo amaba. Él también la amaba a ella. Y así habían construido su relación, habían aprendido a ser feliz. Y eso era suficiente para los dos.

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