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viernes, 6 de mayo de 2011

De la felicidad también se tiene miedo

Si bien ella trabajó duramente para conquistar el amor de aquel amigo maravilloso, no supo que hacer cuando él finalmente se declaró. Si bien él lucho arduamente para ser ascendido en el trabajo y ganar más responsabilidad, perdió la hora y llegó tarde justo en su primera reunión con su director después de asumir el nuevo puesto.
Vemos estas y otras historias a diario en nuestras vidas, en las vidas de parientes, amigos cercanos, seres queridos. Todos tenemos un sueño inalcanzable, todos deseamos algo que, creemos, nos haría más felices si lográramos. Todos estamos pendientes de una realización, solo una, solo aquella, para empezar a ser feliz. Y, algunas veces, lo inesperado nos toca: somos galardonados con el billete de la lotería, sacamos el gran premio. Y, si no nos cuidamos, somos los primeros a boicotearnos y a poner en riesgo la perdida de aquella gran conquista.
Porque, de alguna manera, fuimos educados para creer que la felicidad no es algo para uno: la buscamos toda la vida, y eso es lo que nos da sentido. “Trata de ser feliz” es lo que escuchamos casi siempre. Rara vez nos dicen “sé feliz”, porque sería en el tratar que estaría la gran fórmula. Si logramos realizar nuestros sueños, si alcanzamos la felicidad, ¿entonces qué?
Según la mayoría de las religiones, la felicidad es algo que se alcanza justo antes de la muerte, o en la vida después de la muerte, y generalmente está determinada por el monto de sufrimiento que tuvimos que soportar mientras vivíamos: cuanto más sufrimos, más seremos felices luego. La vida no sería un lugar de realizaciones, sino de pago de deudas, de sufrimiento, y de búsqueda, para la conquista posterior de la tan soñada felicidad. 
Si miramos así, la felicidad sería entonces sinónimo de muerte, de fin de vida, de perdida del sentido del vivir. Y si eso es cierto, se entiende porque nos autoboicoteamos siempre que estamos demasiado felices, siempre que estamos por conquistar lo que siempre quisimos y nunca pensamos ser posible. Aceptar la felicidad sería aceptar el fin de la vida, de su sentido, de la búsqueda y, en el fondo, nadie desea morirse o aspira a una vida sin sentido. Así es que pienso que lo único que queremos es tener algo con que soñar, una meta a buscar, para continuar atravesando los malos momentos con la esperanza de algo mejor.
La felicidad por si sola es meta, lo que está bueno, pero creo que en el fondo, la deseamos inalcanzables, para que la vida y su sentido no se termine. Por eso, cuando nos toca la hada madrina con su varita mágica, nos desesperamos, nos deprimimos, lo echamos a perder. Con el “no tener” estamos acostumbrados. Con la búsqueda de la felicidad, también. Con el ser feliz, no! No tenemos ni idea como hacerlo. Y terminamos con miedo a desilusionar a aquellas personas que amamos. En algún punto es esa búsqueda por la felicidad que nos une, que nos mantiene juntos en el camino de la vida. Mudar de condición, empezar a ser feliz, significa muchas veces empezar a trillar un nuevo camino solos, sin los compañeros de siempre, porque ellos no alcanzaron sus felicidades, siguen atrapados en la búsqueda y, ¿por qué no decirlo?, siguen atrapados en la infelicidad.
La sonrisa gratis atrae, pero también causa rechazo. ¿Cómo el otro se la pasa feliz, sonriendo, si uno la tiene que remar tanto para lograr dormir todas las noches? Nadie quiere ser blanco de envidia. Luego, otra vez, lo más fácil es rechazar el billete premiado y seguir en la vida infeliz, pero con sentido, en la constante búsqueda por una felicidad que en el fondo, no deseamos alcanzar. Es más fácil ser uno más en la multitud.
Pero la verdad es que no hace falta que sea así. A lo mejor el permitirse ser feliz es algo que tiene que ser aprendido, pero como seres humanos en constante evolución, solo no podemos aprender aquello que necesitan predisposiciones biológicas para ello. Por ejemplo, no podemos aprender a volar porque no tenemos alas. Pero si podemos cambiar de posición en nuestro mundo subjetivo y permitirnos ser feliz, de la misma manera que nos permitimos sufrir intensamente siempre que la mala suerte nos toca. Podemos aprender a sonreír sin culpa, a divulgar nuestra alegría sin miedo, podemos aprender a renunciar a la compañía de aquellos que no desean nuestra felicidad solo porque no son capaces ellos mismos de ser felices en sus propias vidas. En ingles hay una frase que dice “misery likes company”, lo que significa que la infelicidad ama tener compañía, pero no hace falta cumplir con ese mandato ad eternum. Si a nosotros nos tocó la buena suerte, disfrutémosla, con la esperanza de que nuestros amigos puedan ser felices por vernos felices. Y si ellos no lo logran, no nos culpemos por ello. En lo posible, hay que perdonarlos por no poder acompañarnos en la realización ni renunciar a la compañía en la infelicidad, y -quizás- tomar alguna distancia. 
Que la infelicidad ajena no opaque nuestra felicidad. Que no nos quedemos atrapados en la cultura cristiana que dice que cada uno tiene que cargar su cruz. A lo mejor no tenemos que cargar una cruz por siempre, a lo mejor podemos darle otro fin a nuestra cruz. Por ahí la felicidad si existe, y la vida eterna es acá: eterna mientras dure, y feliz hasta el anochecer de nuestras vidas. ¿Por qué no?

2 comentarios:

Victoria dijo...

Hermoso Marcha. Inspirador por demás como siempre. Muchas gracias por compartirlo!!

Por muchos más post... y quien dice, algún día no muy lejano... un libro!

Vic

Marcia Quitete Fervienza dijo...

¿Un libro algun dia? ¿Sera? Lo mantendre como un sueño no inalcanzable, un sueño que si deseo alcanzar. :)

Gracias por tu feedback, Vic! This is what keeps me going... :)