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domingo, 3 de abril de 2011

Necesitamos poder enterrar a nuestros padres

Encontramos por ahí más padres e hijos que se llevan mal que aquellos que tienen una relación armoniosa. Los ejemplos abundan: las películas cuentan historias así, las series de televisión muestran relaciones conturbadas con madres, padres, hermanos... La vida real nos muestra también que los casos problemáticos son más comunes que los casos exitosos. Raras son las familias como "Brothers and Sisters" en donde todo el mundo es amigo y se lleva bien. Si este es tu caso, si tu relación con tus padres es un cuento de hadas, este texto no es para vos. Detenete acá y anda a hacer otra cosa. De lo contrario, continua, porque lo que digo acá te puede resultar interesante.
Mientras yo crecía, vi a mi mama y a mi abuela con muchos problemas entre ellas. Ellas, las dos personas que yo más amaba en este mundo, se peleaban un montón. Yo me sentía como "hija de padres divorciados". Pensaba: "Todo lo que yo quisiera era que ellas se llevaran bien". Lo que yo no sabía era que aquella historia era mucho más antigua que yo, y que no sería yo que la resolvería.
Entonces un día, hace 11 años, se murió mi abuela. Así nomás, sin previo aviso. Yo estaba en un shopping con mi novio (actualmente, mi marido), la había dejado a mi abuela en mi casa con mi hija - que en ese entonces tenía 5 años - cuando mi mama me llama al celular y me dice, con urgencia en la voz: "Vete a casa ahora que tu abuela se siente mal". Llego en mi casa y ella está vomitando sangre. Yo no estaba preparada para lidiar con la situación. Mi novio terminó haciendo mi trabajo y, literalmente, estuvo con ella todo el tiempo, apoyándola. La llevé al hospital para que le dieran medicaciones y la liberaran. Nunca la lleve para que se muriera. Pero ella sabía - como creo que todos lo saben - que no volvería a casa.
Una de las últimas cosas que me dijo fue "trata de llevarte bien con tu madre, hija mía".  Ella, que luchó toda su vida en contra mi mama, me decía, en sus últimos momentos, que tratara de llevarme bien con ella. No sin cierto enojo recibí esa frase. Yo no sólo creía que era el único ser humano en la tierra a experimentar peleas entre mi mama y mi abuela, como ahora me quedaba con un "mandato" para cumplir, que me había sido dejado por la única persona que nunca lo cumplió.
Y usando eso como un acto de rebelión en su contra, me fui de ese hospital y tardé más de 10 años para encontrar mi camino hacia mi mama. Así como habré llevado al menos cinco años para enterrar a mi abuela. Y hoy, viendo un episodio de una de mis series favoritas, me di cuenta de que tenemos que enterrar a nuestros padres. Y para enterrarlos, hay que poder encontrarlos.
Como mi mamá me dice a menudo, generalmente una mama no guarda rencor de un hijo. Bah, yo no guardo de la mía. Un pedido de disculpas suyo y yo ya no me acuerdo porque me enojé. Nosotras, mamas, solo queremos que la relación con nuestros hijos funcione, que ellos sean felices a nuestro lado, y cuando estén lejos también. Pero hijo sí guarda rencor madre. Ellos nacen con una idea y algunos conceptos de los "derechos" que tienen en la vida, entre ellos, el tener “una infancia feliz” (independiente de lo que cada uno entienda por "felicidad"). Y se rebelan en contra nosotros, los padres, cuando no les entregamos eso. Así como crecemos para creer en el amor eterno, en los cuentos de hadas, nacemos creyendo que existen las familias de comercial de mendicrim. Y cuando no la tenemos, pensamos "¿por qué SOLAMENTE A MI ME TOCO no tenerla?".
Es sólo con los años que ellos descubren que no están solos; que las peleas entre padres e hijos son feas, pero no son tan inusuales, ni tan terribles; que no hablar con nuestras madres sólo es malo porque las extrañamos, no por todo lo religioso sin sentido que nos enseñan; que padre y madre son personas que no nacen sabiendo ser madres y padres, y a menudo aprenden a serlo mientras nos crean (a veces, ni siquiera así); y puesto que ni ellos ni nosotros nacimos sabiendo, ellos serán tan buenos padres como los ejemplos que hayan recibido. Y, muchas veces, ni todo el amor del mundo, ni la mejor de las intenciones, serán suficientes para volverlos padres de comercial de mendicrim. Y, al final, no hay nadie a quien echar la culpa: ellos son el resultado de lo que recibieron, así como nosotros, y nadie elige tener problemas. Simplemente los tenemos, y nos tenemos que manejar con ellos.
Debemos ser capaces de perdonar a nuestros padres por haber herido a la niña o el niño que alguna vez fuimos. Seguir “puniéndolos” por lo que no hicieron por nosotros no sana las heridas, de hecho, las refuerza, porque nos recuerda todo el tiempo en donde nos fallaron.
A lo mejor deberíamos abrazar con afecto al niño herido que llevamos adentro y explicarle que los que nos hirieron no lo hicieron porque son monstruos: posiblemente estaban haciendo lo mejor que podían, lo mejor que sabían, sin ningún propósito de herirnos. Generalmente, aquellos que hieren algún día también fueron heridos, y eso nuestro niño interno tarda en descubrir.
Muchos de nosotros todavía no haya dejado de llorar y reclamar aquel padre o madre que no tuvo, lo que nos mantiene conectado al pasado y nos impide disfrutar, como adulto, del padre o madre que tenemos, que no serán ni mejor ni peor, pero todavía están para ser disfrutados.
Está bien, algún día fuimos lastimados. Pero, déjame decirte una cosa: no importa cuanto te quedes ahí, mirando el pasado y quejándote, el pasado no va a cambiar. Pero el presente todavía puede. Abandona la idea de que la vida te tiene que resarcir el daño que te causó por aquello que no te dio: la vida no te debe nada. La naturaleza es aleatoria, caprichosa, y nos elige al azar para tener un padre de esta o de aquella manera. Hagamos lo mejor posible con aquello que recibimos, porque eso sí es mérito nuestro, y a otra cosa. Basta de seguir fortaleciendo el dolor del pasado. El pasado nunca será pasado, si lo seguís repitiendo en el presente.
Por eso el titulo de este texto: es necesario poder enterrar a nuestros padres, no a los actuales, pero aquellos cuya imagen está congelada en nuestras memorias. ¡Enterremoslos! Levanta a este niño a upa, acaricialo, escuchalo, seca sus lágrimas, dale un lugar para llorar, para sentir, para sufrir, para quejarse, pero explicale, con mucho amor, que nunca le quisieron hacer daño, que él sí fue amado. Decíle que él debe perdonar, porque sino su herida no se cicatrizará nunca. Y dejemos de buscar a nuestros padres como los súper héroes que quisiéramos que hubiesen sido. Sí, deberían haberlo sido, al igual que mi esposo debería ser el príncipe azul, y tu esposa, la Cenicienta. Deberían, y quizás lo hubiesen sido, si no hubiesen estado día a día luchando con sus propios demonios, sus miedos, sus propios traumas, lo que hace que, con frecuencia, uno no tenga la prioridad. Mientras te estaban creando, tus padres se peleaban con sus propias vidas, con su propia familia, con sus padres, con sus pasados. Espero que hayan sido tus súper héroes. Pero si no es así, perdonalos. Miralos como son: sólo seres humanos, imperfectos, que hicieron su mejor y, de alguna manera, en algún nivel, funcionó. ¡Mirate a vos acá para demonstrarlo!
Aceptar y perdonar los desperfectos de nuestros mayores modelos es un buen ejercicio para aprender a perdonar nuestras propias fallas y las ajenas. Amarlos tal cual son, así como hemos pasado la vida exigiendo que nos amaran tal cual somos, es el primer paso. La única manera de liberarnos de alguien que nos lastimó es perdonando. Y cuando perdonamos, un nuevo mundo de posibilidades se abre para nosotros en las relaciones con ellos y con nosotros mismos. Construyamos algo desde el amor, no del dolor y de la culpa. Todavía hay tiempo. ¡Pensa en ello!

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