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jueves, 17 de marzo de 2011

¿Con cuantas palabras se dice lo suficiente?

Entre canciones de Kid Abelha, se encontró pensando en la importancia de los amigos en su vida, y se dio cuenta de la tristeza que de a poco se iba asomando cuando ella pensaba que, en algún momento, los dejaría de tener en su rutina.
Pensó acerca de cómo vivió su vida intensamente, intensamente se dio a la gente que entró en su vida, y no se arrepentía. Lo hacía con miedo, es cierto, pero lo hacía. A veces le salía mal. "Te tenes que cuidar más", le decía su mama. Pero no podía hacerlo. Creía que para no darse entera, era mejor no relacionarse. Y cosechó los frutos de su elección, los buenos y los podridos. De alguna manera, se sentía orgullosa de esas cicatrices, y pensaba que los que hicieron mal uso de su entrega, perdieron la oportunidad de tener una gran amiga. No perdía nada con donarse. Se desilusionaba, pero perdieron más los que dejaron de ser parte de su vida. Lo pensó sin arrogancia, con la certeza absoluta que no era el mejor de los seres humanos, pero que era una gran amiga, tenía un gran corazón, y sintió que, finalmente, eso era valorado, le daba retorno. ¡Al fin!
"A lo mejor así son las cosas", pensó, "por ahí perder es parte de ganar, por ahí tenemos que perder un millón de veces para ganar una". Pero la vez que ganamos compensa las miles de perdidas.
Sabía que mucha gente no se daba por miedo a lastimarse, y no pudo dejar de pensar en estas personas como "partes", "mitades", que nunca se terminarían de construir por los demás, que no se renovarían ni se eternizarían en aquellos que le cruzaban el camino, porque se protegían, eran emocionalmente mezquinos, no se entregaban.
Estaba segura de que no tiene precio una mirada sorprendida, una visita inesperada, una sonrisa espontánea como regalo. ¿Valía la pena renunciar a eso por una vida predecible y controlada? Había muchas formas de sentirse entera, muchos lugares para sentirnos en casa, y ella nunca lo hubiera sabido si no se hubiese arriesgado.
Andaba más callada de lo habitual, y no era porque no tenía nada que decir, sino porque buscaba las palabras adecuadas, el momento adecuado... Había algo de tristeza en sus ojos, le decían sus amigos, y si bien podía encontrar muchas razones para sentirse triste, no podía terminar de decidir cual era la “correcta”. Tal vez todas, tal vez alguna en que no había pensado. Tal vez la muerte de los sueños, la espera de una nueva realidad. Tal vez...
Pensó en las analogías que hicieron sobre su vida y en cuánta verdad había en ellas: avión a toda velocidad, no correr adentro del avión, sentarse y ponerse en marcha para que la velocidad no la mareara...
Pensaba sobre las cosas que a veces suceden en nuestras vidas y en cómo muchas veces nos preservamos de ellas bajo el argumento de que son "situaciones sin futuro". ¡Cuántas veces lo ha escuchado de sus amigas en sus tiempos de soltería...! Se preguntó si el futuro es algo que existe realmente, si todo no era tan sólo una secuencia de momentos presentes, si el futuro no era sólo un concepto. Pensó en las veces que vivió la vida como ésta se le presentaba, y en las veces en que su decisión le hizo daño. Pero también se preguntó si podíamos elegir siempre que vivir. No sabía, estaba confundida. Quería escribir algo hermoso y se dejaba llevar por sus manos sólo para darse cuenta de que se estaba escondiendo detrás de sus palabras más que exponiendose, y eso no era lo usual...
Contaba sus historias en primera persona, en tercera persona, sólo no era buena para contar una historia que no fuera suya. Pero hay personas que cuentan historias que parecen proyectadas, y nunca llegamos a saber si están hablando de ellas mismas o del personaje que mencionan.
Con el pensamiento sin orientación, se acordó que tenía una decisión para tomar, o para repensar. Ya había decidido, y le cuestionaron, le hicieron repensar, y a ella le atraía dejarse llevar por una nueva decisión, pero no sabía si quería. Sin embargo, le gustaba que le hubiesen llevado a repensarlo.
Pensó en las cosas que valoraba en su vida y se dio cuenta de que, para ella, sólo tenía valor las cosas que tenían un corazón. "La felicidad sólo es felicidad cuando compartida", había escuchado en una película. Creía profundamente en eso.
Entre papeles, recordó el momento en que vivía en otro lugar, tenía otro auto, escuchaba otras músicas, y en cómo era creativa. Escribía sobre autos, sobre faros y sobre esquinas. Hablaba de personas que se encontraban, personas que se perdían, personas que lloraban. Hablaba de ella misma, de los demás, de todos y de nadie. Probablemente tenía más talento con las palabras en ese entonces, y era menos feliz con el corazón. Sin embargo, eses cuentos le llenaban de orgullo. "¿Cómo podía escribir cosas tan bellas?"
Pensó en su tarde con su amiga, y en cuánto ella la conocía."¡Qué lindo es ser conocida por alguien!". Se preguntó si no era por eso que escribía, porque se quería dar a conocer a quién realmente se interesara. Pensó en su familia que estaba lejos, en su querido hogar, en su futuro hogar... futuro que no existe, y sin embargo, tiene que ser pensado.
Y así siguió revoloteando entre pasado y futuro, entre sábanas y sillones, entre decisiones y revisiones. Su mundo podía ser enorme y solitario, o podía ser super poblado y acogedor. Todo cambia de un momento a otro. Pensó que el silencio puede significar un millón de cosas, así como puede ser solo silencio, afilado, ácido silencio. Y que a veces no hay palabras suficientes para llenar un mundo y hacerlo acogedor. A lo mejor, por eso existen canciones...

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