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miércoles, 8 de septiembre de 2010

Un cuento sobre la espera

"Estoy tratando de administrar todo sola", ella se decía a sí misma, y a él, que la escuchaba sin tener idea de la magnitud del esfuerzo que eso requería de ella. Y se hundía en cigarrillos y dulces. Como si no fuera suficiente su preocupación por todas las cosas en su vida que no sabía si cambiarían o no, y sus responsabilidades - que ella no podía no cumplir – ella también estaba preocupada por engordar y tener un cáncer de pulmón. Iba a la terapia, salía con amigas, miraba a sus programas favoritos en la tele, fingiendo para él y para la mayoría de las personas que todo estaba bien - y, de hecho, la mayor parte del tiempo, ¡estaba todo bien! Pero cuando ella se encontraba a solas con sus pensamientos, no tenía hacia dónde correr. Era ella, con sus dudas e inseguridades, con sus cuestionamientos, con su desesperado deseo de tener las cosas bajo control, lo que claramente no era posible. Todo inútilmente. Sin embargo, inevitable. La única certeza que tenía era que no podía hacer otra cosa que esperar y ver cómo todo iba a terminar. Ah, sí, ella podía hacer una cosa más: tratar de mantenerse calma. Y claramente estaba fallando en ambas cosas a las cuales que se proponía.

Y los días pasaban en la misma velocidad que antes, excepto que ahora parecía que se arrastraban. Y ella trataba de mantenerse tan ocupada cuanto posible. A lo mejor, así pasaban más rápido. Y, era cierto, unos días pasaban más rápido que otros. Pero las noches eran siempre las noches, siempre lentas, largas, llenas de dudas y temores. Todo era mucho más de lo que ella podía manejar. Y no estaba segura si era porque todo el mundo estaba tan acostumbrado a verla manejar todo sola que simplemente no le hacían caso, o si la situación era mucho más de lo que todos los involucrados podían manejar. ¿No habría un exceso de confianza en sus habilidades? ¿O simplemente estaban todos tan ocupados cuanto ella tratando de administrarse y, por ello, fingían que no pasaba nada? Ella no lo sabía. Sólo sabía una cosa: esta vez a ella le gustaría no estar auto-administrándose sola.

Ni siquiera podía precisar qué era lo que la asustaba tanto. No sabía si era el sentirse sola, el cambio, o la idea de lo que podría suceder. Pero en última instancia, ¿que podía pasar? Todo, ¡inclusive nada! ¿No sería el nada que le daba miedo? ¿O era el todo? Ella no lo sabía. Y se sentía desorganizada, perdida. ¿Qué esperar? Sí, era mejor no esperar. Pero... ¿cómo? Ni idea.

Era hora de acostarse. Ya comenzaría un nuevo día muy ocupado, y las responsabilidades estarías todas allá, inmunes y exentas de cualquier preocupación. La rutina diaria seguía ajena a sus preocupaciones. Exigía que se cumpliera inexorablemente, sin importarse con su posibilidad de cumplirla o no. Era irrevocable: no podía esconderse bajo la cama y quedarse mirando a ver qué pasaba. Tampoco podía dormir un sueño profundo y despertar sólo cuando todo estuviera definido. No podía.

Entonces, ¿qué hacer? Mejor irse a la cama a leer un libro. Con un poco de esperanza, se perdería en una historia ficticia de terceros y se olvidaría, al menos por unas horas, de las expectativas de su propia vida, que ella vivía y contaba casi como si fuera una ficción, una película, cuyo final ella estaba ansiosa por descubrir cuál sería.

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