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domingo, 8 de agosto de 2010

¿Cuándo fue que crecimos y dejamos de ser niños?

Hoy es el Día del Niño en Buenos Aires, y con eso de distribuir regalos entre los niños, de decidir quien todavía es niño y tiene que recibir regalo, y quien ya no, pensé en mis Días del Niño en Brasil. Pienso en quién era yo en aquella época y en quien soy ahora y no sé si hay mucha diferencia. Hoy tengo 33 años y cuando tenía 12 tenía tantas inseguridades y dudas acerca de la vida como tengo ahora. Tenía miedo a tomar decisiones, dudaba si estaba eligiendo lo mejor para mi, tenía miedo a arrepentirme, no quería ofrecer mi afecto a alguien que no lo valorara, quería que me miraran si me ponía una ropa nueva o si tenía un nuevo corte de pelo... y hoy sigo sintiendo exactamente de la misma forma respeto a esas cosas.


Cuando era una nena, pensaba que en la adultez todo sería diferente. En primer lugar, pensaba que ya no tendría que pedir permiso a nadie para hacer lo que quisiera, y eso era lo que más envidiaba de la vida de los adultos. Creía que al alcanzar la mayoridad, haría lo que me pareciera sin pedirle permiso a nadie, usando tan solo mi juicio para decidir lo que está bien, lo que no está. Yo siendo la única a decidir sobre mis propios actos. Espere tanto por este momento solo para descubrir que, con crecer, dejamos de necesitar el permiso de nuestros padres, pero seguimos teniendo una centena de "padres" plasmados en el mundo real y en nuestro mundo simbólico a quienes pedimos permiso: el jefe en el trabajo, el profesor del posgrado, el marido, los hijos, los suegros... Sobre todo, nuestra consciencia! Sí, porque cuando no podemos compartir con los padres la responsabilidad de lo que hacemos ("lo hice porque me lo dejaste"), nos quedamos tan solo con nuestra propia consciencia a rendir cuentas. Y si nos mandamos una macana, es ella quien nos va a apuntar el dedo y decir "que estúpida que fuiste", y quien nos va a poner en penitencia. Cuando teníamos nuestros padres para hacerlo, era más fácil porque nos enojábamos con ellos y ya fue. Cuando la cuenta la rendimos con nosotros mismos, necesitamos una buena dosis de amistad y generosidad hacia uno mismo para poder perdonarnos y aceptar nuestra imposibilidad de hacerlo a todo perfecto.

Ahora no tenemos a nuestros padres para decirnos que hacer. Pero la verdad es seguimos necesitando su aprobación a cada paso del camino. Si, aun que no nos aprueben, haremos igualmente lo que nos parece que tenemos que hacer. Pero hacer las cosas con su bendición nos hace mucho más feliz, y ayuda a que, si mañana o pasado el resultado de nuestros actos no sale según lo esperado, el dolor del "fracaso" no es tan fuerte, al final, hasta nuestros padres estaban de acuerdo!

No les pedimos permiso, pero vivimos pidiendo permiso vida afuera. La autoridad ahora está distribuida socialmente, representada en distintas personas. Y me pregunto si hoy en día no la pasamos pidiendo permiso a más personas que cuando los únicos a quienes rendíamos cuenta eran nuestros padres.

También cuando era nena pensaba que siempre sabría que hacer en qué situación. Terrible engaño! Por ahí en la adultez ya vivimos más cosas y tenemos más experiencia, para ayudarnos a predecir posibilidades de sucesos de nuestra acción en el futuro. Pero como cada experiencia es única, aunque podamos estimar sucesos basados en la experiencia, un resultado nunca es igual al otro, lo que significa que siempre tenemos miedo, aprensión, dudas si es lo mejor, si va a salir bien, si estaremos haciendo la mejor elección.

Al mismo tiempo miro a mis suegros, con 70 años cada uno, y me pregunto si hoy, a esa altura de sus vidas, ellos están seguros de que hacer en cada situación para obtener un resultado A, B o C. Me pregunto si están absolutamente seguro de la mayoría de las cosas, si ya no esperan que se les note un corte de pelo o una ropa nueva, si sienten que ya no deben satisfacción de sus actos a nadie más. Por lógica creería que sí, pero con base en mi experiencia desde nena hasta ahora, soy obligada a suponer que no, que ellos, a los 70 años, tienen las mismas inseguridades que yo a los 12, yo a los 33, y seguramente que tendré yo a los 70.

Por ahí, es así como deba de ser. Quizás la vida en si misma es demasiado creativa, y esta siempre presentándonos nuevas situaciones, de forma que nunca la podamos predecir por completo, que nunca nos acostumbremos totalmente a lo que va a venir y para siempre sorprendernos.

Hoy es el Día del Niño acá en Argentina, y yo no recibí regalo. Pero pienso que todos nos deberíamos hacer regalos los unos a los otros. Porque, en definitiva, crecimos pero seguimos sintiendo como cuando éramos niños: no sabemos exactamente que saber en cada situación dada, tenemos miedos, inseguridades y necesitamos aprobación de nuestros padres y de los demás. Envejecemos, pero nunca somos de todo independientes ni autónomos. Como tampoco lo son los niños.

Así que les deseo a todos los que tienen de 0 a 100 años un muy feliz Día del Niño!

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