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lunes, 4 de octubre de 2010

El fatalismo y la creencia de que todo está dado en nuestras vidas

A fines de rendir mi parcial de Psicología Social la semana pasada, tuve que leer Martin-Baro y su libro “Sistema, Grupo y Poder”. ¡Qué feliz encuentro! Ignacio Martín-Baró fue un psicólogo y sacerdote jesuita español que dedicó la mayoría de sus trabajos a la investigación de la difícil realidad social y política de un pequeño país latinoamericano, El Salvador. En base a sus experiencias en El Salvador, Baró habla que en las poblaciones latinoamericanas ha sido característico detectar una forma peculiar de conformismo masivo al poder ejercido por las clases dominantes, sobre todo en los sectores más depauperados y marginales, que calificó como fatalismo. El fatalismo constituye un conformismo básico de grupos y personas con unas condiciones deplorables de existencia y con un régimen de vida opresor. Se trata de una característica considerada propia de ciertas culturas indígenas latinoamericanas y, en general, del campesino, que le llevaría a aceptar espontáneamente un destino inhumano.

Las principales creencias de las personas que se conducen en base al fatalismo son las siguientes:
- La vida de cada persona está predefinida, por lo menos en sus trazos básicos, desde que nace hasta que muere: los hechos “nos ocurren”, porque “está escrito”;
- La acción de cada cual, el propio comportamiento no puede cambiar ese destino fatal: son fuerzas incontrolables las que rigen la vida de los seres humanos;
- En última instancia, es un Dios lejano y todopoderoso el que actúa a través de esas fuerzas incontrolables, el que escribe el destino de cada persona: oponerse a él sería contrariar la voluntad divina.

Ante las situaciones difíciles de la vida, los que viven según el concepto del fatalismo creen que la mejor actitud personal es la resignación: hay que resignarse frente al propio destino, es decir, aceptarlo voluntariamente, sin críticas ni resentimientos, y con dignidad. La vida es vista por estas personas como una prueba exigente y dolorosa, pero es la capacidad de aceptar lo que nos fue designado que nos vuelve más merecedores -o no- de una vida de calidad en lo pos muerte.

En sus vidas, de una manera general, esas personas hacen lo que se les exige y como se les exige, en la más completa sumisión a la voluntad y designios de aquél a quien le toco una mejor posición social, o de más poder, en la sociedad (el empleador, por ejemplo, o un gobierno). Por otro lado, creer en un destino ya escrito les ahorra todo esfuerzo necesario para cambiar: como nada puede ser cambiado, puesto que todo está predefinido, no vale la pena esforzarse, tener iniciativas o buscar cambios.

El fatalismo también compromete la historicidad (o línea histórica) de los eventos: uno se “descompromete” de lo que le sucede en la vida, no cree necesario preguntarse que habrá hecho para legar hasta aquel punto, y tampoco aprende de lo vivido en lo pasado, ni planifica el futuro. Como mucho se preguntará “¿qué querrá Dios que yo aprenda de esta experiencia?” Aparte eso, solo responde a lo inmediato, tanto para bien como para mal. Y tal conducta es comprensible: el presentismo es la única alternativa realista cuando el camino de cada uno ya está escrito y en nada puede cambiarse.

El fatalismo constituye un círculo vicioso de conformismo: se aceptan las exigencias porque el destino de uno ya está escrito, pero al no hacer nada por cambiarlo porque es inmutable, se confirma en su inmutabilidad. Ese círculo vicioso queda sellado y santificado, en última instancia, el destino se remite a Dios. Así, lo que es de hecho una realidad histórica, lo que es producto de los procesos humanos, de las actitudes individuales y colectivas, se saca de la historia, se naturaliza y se absolutiza, remitiéndolo a Dios. Lo más grave es, en mi punto de vista, la naturalización y la ausencia de necesidad de buscar respuestas a lo que uno vive en las propias acciones de nuestras vidas, en nuestro pasado, porque eso quita toda y cualquier posibilidad de crecimiento, a nombre de una evolución después de la muerte. Pero, al final, eso es lo que el fatalismo desea: que no haya cuestionamiento ni evolución personal.

¿A qué se debe el fatalismo? ¿A quién sirve esa “síndrome” actitudinal? A todos que en él creen, ya que evita confrontarnos con la frustración ante esfuerzos inútiles, el desgaste de intentos que chocan contra el muro de la intransigencia de aquello que no controlamos. En ese sentido, el fatalismo seria un mecanismo adaptativo, una estrategia de supervivencia, que nos permite una subsistencia en condiciones desfavorables.

¿A qué voy con todo eso? Que somos todos campesinos viviendo en situaciones deplorables en algún punto, sometidos a la idea de que nuestras vidas están predeterminadas por fuerzas desconocidas, las cuales tienen mejor conocimiento de lo que es mejor para nosotros, más que uno mismo. Ante el peor de los dolores, tratamos de no rebelarnos, tratamos de mantener la paz y la dignidad interna y, en algún nivel, pensamos que algo habremos hecho para merecerlo (sino en esta vida, en vidas pasadas).

Ese pensamiento es ideal para la resignación. Excelente en el sentido que asegura control social ante situaciones de violencia y desigualdad. Evita rebeliones, reacciones emocionadas de aquellos que sufren en la carne tal violencia. Mantiene a los heridos bajo control. Pero, por otro lado, previne cambios personales y sociales. Se naturaliza bestialidades de un sistema que hace rato ya se les escapo al control de nuestros gobernantes. Ya no nos asombramos ante violencias sociales inexplicables. Vamos tranquilizándonos, tratando de aceptar nuestro destino con dignidad, sin cuestionarnos de que forma contribuimos para lo que vivimos y también para el enredo social en lo cual estamos metidos. Sin cuestionarnos, no cambiamos. Sin cambios, todo sigue igual, o empeora. Al seguir igual, no evolucionamos. Nos vamos llevando por aguas que ya no sabemos de donde vienen, tampoco para donde van.

Y lo mismo se observa en nuestras vidas personales. Cosas suceden día tras día, se repiten, y muchas veces le atribuímos a un carma o algo que lo valga. “¿Por qué siempre me pasa a mí eso?”, es una pregunta que nos cruza la mente, pero muy fugazmente. En un minuto, ya lo atribuímos al destino, y seguimos con la tranquilidad de que no hay nada que podemos hacer. No nos miramos, no nos auto cuestionamos, no cambiamos.

No quiero cuestionar la creencia personal de cada uno. Pero si quiero cuestionar esa creencia personal de que hay un más allá que nos rige, y ante el cual estamos de manos atadas frente a los eventos de nuestras propias vidas. Si nuestras vidas están escritas, ¿seremos títeres de un plan ajeno? Creo que si hay un más allá, él tendrá algo mayor y mejor para ocuparse que observar el teatro de nuestras vidas cumpliéndose tal cual él lo espera, una vez que ya sabe el final. Si hay un Dios, supongo que él cuenta con la posibilidad de que nos superemos, y lo sorprendamos. Supongo que él está esperando que sus hijos crezcan y se vuelvan hombres, como nosotros esperamos que nuestros hijos crezcan y se independicen. ¿Querrá él tan solo observar nuestra capacidad de resignarnos ante sus caprichos e ideas que se le ocurre para nuestras vidas? Si hay un Dios, no podría imaginarlo tan caprichoso. Supongo que su idea primordial será que aprendamos a cuestionarnos, evaluarnos y corregirnos en nuestros propios caminos siempre que necesario. Como un padre para sus hijos, supongo que él desearía que en algún momento nos hiciéramos cargo de nuestros actos y consecuencias de los mismos en nuestras vidas, sin creer que todo empieza y termina en él.

Y si es así, somos libres y autónomos para actuar, cambiar, remodelar todo con lo cual no estamos conformes a partir de una auto-observación. ¿No será eso que realmente, al fin y al cabo, quiere él? ¿Y si lo intentamos?

2 comentarios:

Gastön Pęcznik dijo...

Aunque a cuentagotas, existen personas en esta facultad con las que es posible pensar las temáticas de estudio fuera de los márgenes estrechos que proponen las materias y los exámenes… ¡menos mal!
Gastön

Lucas Seoane dijo...

En la misma línea discursiva de Gastón, que bueno es poder ver que el conocimiento circula en otros ámbitos de la vida y además es usado para pensar, ya que no son otros los objetivos de la transmisión y enseñanza de las grandes ideas de los pensadores. Triste es que éste (el conocimiento) quede atrapado en las aulas, en hojas de parciales, en donde abunda por demás laun hipersíntesis y lo memorístico...Triste realidad, una de tantas, y como todas, creadas por las acciones de las personas...¡Muy buena síntesis de las ideas de éste autor! Realmente me alegra ver que aun hay personas dispuestas a reflexionar sobre la Realidad y que no hayan renunciado a pensar...Sepelio del pensamiento crítico como decía M. Heidegger...